La Mezquita fue un café-bar situado en el desaparecido Paseo del Carmen.
Se inauguró en 1923. Fue uno de los establecimientos más emblemáticos de dicho paseo. Sus tapas eran deliciosas. Gente de esa época recuerda con agrado sus célebres patatas fritas, la caña de lomo o embuchado, los riñones al Jerez, los calamares en su tinta…, preparados con esmero por María Jiménez encargada de la cocina y hermana de los dueños.
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Referencia: sin información del archivo. |
Fue uno de los primeros bares donde se sirvieron espetos de sardinas [1] . Los preparaba viejos lobos de mar en la arena de la playa; son los que más entienden de esto ya que tiene su técnica y es que para asarlo, el espeto tiene que clavarse en la dirección que sople el viento y el fuego debe quedar detrás. En cuanto este cambie, tienen que moverlo inmediatamente de ubicación; el fuego no puede tocar la sardina, se asa solo con el calor de las brasas.
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Referencia: sin información del archivo |
No todo el mundo podía realizar esta labor porque además de soportar las temperaturas extremas de julio y agosto, tenían el agravante del calor del fuego.
Otra de las técnicas es que las sardinas al ensartarlas en la caña del espeto hay que atravesarlas con cuidado de no romper la espina y todas en la misma dirección. Un truco es que, la primera cara de la sardina que se pone en las brasas es por el lado donde está la espina, para que cuando se le de la vuelta y asarla por la otra cara, esta sirva de sostén y no caiga al fuego al estar la carne más blanda.
Los meses sin “R”: mayo, junio, julio y agosto son los ideales para consumirla, aunque es en julio y agosto cuando la sardina alcanza su punto para ser consumida ya que, es cuando las aguas son más cálidas y se encuentra más grasa y jugosa.
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De pie, Miguel Salas, de izquierda a derecha, Miguel y Manolo Pérez Aragón, el niño agachado en el centro, Gaspar Troyano, junto a él José Aranda. Archivo: Juan Ordóñez |
Al igual que los demás establecimientos del Paseo del Carmen, La Mezquita se surtía de tejeringos en la churrería de Pinico, un pequeño local situado en calle Real al otro lado de la carretera, concretamente, donde está actualmente la tienda Apresto. Para los camareros no era demasiado problema cruzar la travesía de la N-340 porque en aquella época pasaba un coche de higos a brevas.
Disponía de dos terrazas, una al paseo y otra a la playa, donde se podía disfrutar de agradables momentos de solaz mirando al mar en sus cómodos sillones de mimbre.
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Archivo: Javier S. Gaitán. |
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Archivo: Javier S. Gaitán |
Sus propietarios fueron los hermanos Antonio y Pepe Jiménez Miralla.
En tiempo de la Republica, fue punto de reunión gente de izquierdas. Allí se reunía Félix Troyano (alcalde) y los de su agrupación política.  |
Archivo: Juan Ordóñez |
Al comienzo de la Guerra Civil, verano de 1936, Gonzalo Queipo de Llano, General Jefe del Ejército del Sur, instaló su cuartel general en Sevilla. Éste desarrolló una novedosa táctica de terror contra el adversario- desgraciadamente le dio bastante buen resultado, mi madre podía dar fe de ello: padeció pesadillas durante años- y no era otra que, amedrentar y desmoralizar a la población de la zona “roja” con el medio de difusión más potente que había en aquella época que era la radio. Desde Unión Radio Sevilla, se convirtió en la “estrella” de las ondas, donde cada noche arengaba a sus tropas con encendidas soflamas y al enemigo con amenazas del tipo: "Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.  |
A la izquierda, Antonio Jiménez Miralla, propietario de La Mezquita. El del centro, Pedro Horrillo Montes, primo de este y residente en Francia. Archivo: Juan Ordóñez |
Recordemos que Estepona quedó en zona republicana hasta el 14 de enero de 1937.
En invierno de 1937, poco antes de la caída de nuestro pueblo, en una de sus alocuciones radiofónicas, lanzó el siguiente mensaje en clave: enviaría por la mañana a Estepona, un avión con unos cuantos “molletes” para repartirlos entre la población- los esteponeros conocían a este cazabombardero, como el “molletero”-. Como este mensaje lo lanzó otras veces, la gente ya estaba prevenida y sabía en qué consistían los molletes.
En aquella época, por la mañana muy temprano, los panaderos repartían por las casas en unas seras de esparto los molletes recién hechos, cubiertos por impolutos lienzos blancos.  |
Autor: Juan Gaytán. Archivo: Juan A. Gaitán. |
Una noche, Ana, la mujer de “Pucherito”, oyó por la radio de su casa ese mensaje, e inmediatamente fue a comunicarlo a los republicanos que se encontraban en La Mezquita.  |
Archivo: Lola Collado |
A la mañana siguiente -la población ya estaba preparada – mientras desayunaban los parroquianos en la Mezquita, oyeron en la lejanía el característico rugido del motor de un cazabombardero, era “el molletero”, acto seguido, salieron en tropel del local y se refugiaron en el embovedado del arroyo Calancha en su desembocadura por la playa de la Rada, era el refugio que más próximo les quedaba; estaba justo al lado del bar. Allí sumergidos hasta las rodillas de “matute” (cieno) y excrementos, tuvieron que vérselas con las ratas que saltaban alrededor de ellos y, si te quedabas quieto te “sacaban en procesión”.
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Archivo: Juan A. Gaitán |
Cuentan que algunas de las bombas cayeron en la calle Jubrique, cerca del restaurante Robbies y otra en la playa, cerca del Patio Bellido.
He aquí el extracto entrecomillado de un artículo del blog: A Toda Costa. Memoria Histórica publicado el 20 de abril de 2008 que podría enlazar con el relato anteriormente contado: “[...] el seis de enero de 1937, día de la Epifanía, el pueblo de Estepona sería bombardeado por un Junker alemán en respuesta de Queipo de Llano (Jefe del Ejército del Sur nacionalista) [...] según el relato manuscrito de un esteponero, el día 1 de ese mes de enero, Queipo de Llano “anunció a los esteponeros ... les enviaría el presente para Reyes el día de la Epifanía [...]”.[2]
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De izquierda a derecha, Juan Espinosa; Cayetano Janeiro; “Parrita”; Antonio Chacón (en aquella época trabajó de pinche y posteriormente fue un reputado peluquero de señoras) y Pepe Jiménez Miralla propietario de La Mezquita |
Es imposible hablar de La Mezquita y no hacerlo de Cayetano Janeiro Navarro, su simpático camarero – ya lo cita más abajo, Francisco Aragón Pérez en su crónica del Paseo del Carmen- alguien que formó parte intrínseca en la historia de este establecimiento.
Antes de entrar las tropas franquistas en Estepona, Pepe y Antonio Jiménez, dueños de La Mezquita, huyeron de la guerra en el éxodo tristemente conocido como La Desbandá, donde miles de civiles fueron masacrados por las tropas franquistas en la carretera Málaga-Almería. Sus padres de edad avanzada y hermanas, quedaron desamparados ya que el Café quedó abandonado. El padre discapacitado físico y muy mayor, no pudo afrontar la labor de llevar el timón de la empresa.
Cayetano se quedó sin trabajo. Posteriormente se incorporó a la plantilla de camareros del Café Imperial, en calle Real propiedad de Rafael Pérez, - esposo de doña Luisa Rodríguez Martos (farmacéutica)- y dueño también de la cafetería Iberia donde también trabajó unas temporadas.
Pasado un tiempo, cuando los sublevados habían ocupado Estepona, Cayetano, persona de buen corazón, creyó que en ausencia de sus dueños podría reabrir el emblemático bar y al mismo tiempo que se auto empleaba, podría también ayudar a los padres y hermanas de los propietarios que habían quedado en una situación de desamparo económico, por lo que habló con Paco Marmolejo, miembro de la nueva gestora del primer ayuntamiento franquista que fue su vecino y, al que Cayetano le hizo muchos favores durante el periodo republicano, escondiéndolo en su casa porque los milicianos iban en su busca y captura por ser un conocido derechista.
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Fotografía de un grupo de parroquianos en la puerta de La Mezquita. De derecha a izquierda, sentado con el pie apoyado en la caja del betunero, Ildefonso Jiménez Escalona "Mondejo; el de gorra encendiendo el cigarrillo, Gómez (motorista); el siguiente es "Mevoy" hijo del "Perillo" y de Francisca "La Maleta"; agachado, Francisco Benítez Mata "Artocha" (betunero); detrás de este, Hassan, un marroquí que trabajó en el barco de Francisco "El Tediré" y le fabricaba nasas para la pesca de la langosta, también colaboraba con la Policía Nacional como traductor. Se convirtió al cristianismo y se bautizó con el nombre de Francisco Javier. Archivo: Águeda Díaz. |
Cayetano le pidió las llaves y el permiso para poner en funcionamiento el bar, a lo que Paco le contestó que, si era para él, sí que se lo daría pero que si era para esos “rojos” a los que odiaba a muerte, refiriéndose a los dueños y a la clientela habitual de La Mezquita, que ni lo pensara. En el libro UNA VENTANA AL PASADO, en el capítulo dedicado a la semblanza del alcalde Félix Troyano, escribimos un relato amplio y muy interesante sobre este sujeto.
Cayetano reabrió La Mezquita. En principio, la gente era reticente a ir, puesto que había sido un bar de “rojos” pero poco a poco, con su simpatía y agrado al público, consiguió que volvieran los clientes habituales y también logró que empezara a frecuentarla gente de derechas: Antonio López Chacón, (rico terrateniente y suegro de Miguel Merchán); José Aragón Pérez (farmacéutico y falangista); los Sequeira; Paco Delmo; los doctores, Cristóbal Ruiz Méndez y Antonio Mena Arce,“Toto·; Francisco Guirado (practicante); Borrego (jefe de la oficina de Telégrafo); Lorenzo García Troyano; Pepe Rodríguez Soria (diputado)..., en definitiva, gente de la sociedad esteponera más pudiente.
Terminada la guerra, los dueños de la Mezquita regresaron afortunadamente sanos y salvos a Estepona. Como ya eran muchos para repartir, y viendo que la empresa no producía para pagar tantos sueldos, Cayetano consideró que su cometido ayudando a esta familia ya lo había cumplido y, motu proprio retornó de nuevo a trabajar al Café Imperial. Aún así, eran tiempos de posguerra – los años del hambre - y habiendo una gran escasez de alimentos, entre ellos el café y el azúcar, elementos imprescindibles para una cafetería, los propietarios de La Mezquita no tuvieron más remedio que cerrar.
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Archivo: Juan Ordóñez |
Antonio, uno de los dueños, solicitó trabajo en la Cafetería Imperial y fue compañero de Cayetano.
Pasado unos años, volvieron a reabrir La Mezquita y Cayetano de nuevo reanudó su trabajo en ese emblemático café. Éste era muy querido entre los clientes ya que era muy simpático y poseía un excelente sentido del humor.
Cuentan, que los clientes que he mencionado anteriormente, cuando era un grupo numeroso, para divertirse con él, - que no de él - le pedían las bebidas más dispares, a lo que cada vez que uno pedía su consumición, él asentía con la cabeza como si estuviera anotando mentalmente la comanda; cuando llegaba al último, preguntaba – bueno señores, ¿ya han hecho el pedido ?, ¿sí?, perfecto, pues entonces...CAFÉ PARA TODOS, con lo que provocaba la hilaridad del grupo con una explosión de risas y carcajadas. Ya sabía de antemano que estaban de chanza y lo que querían era café y no otra cosa.
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Año 1937. Misa de campaña en el Paseo de Carmen. A la izquierda, La Mezquita. Archivo: Juan Ordóñez |
Francisco Aragón Pérez, célebre cronista y hermano de José el farmacéutico de calle Santa Ana escribió lo siguiente:
“LA MEZQUITA
El bar La Mezquita, nació en 1923.
Fue un pequeño café-bar, en el que se ponían mesas y sillas para hacer los clientes sus consumiciones.
[…]En el extremo opuesto, y a diez metros poco más o menos del límite del origen del paseo (se refiere al Paseo del Carmen) en cuestión y a corta distancia de su borde longitudinal inmediato, levantaron en la ya dicha zona, en el año 1923, una caseta de madera que va modificándose hasta convertirse en un pequeño café-bar, que se denominó ‘’La Mezquita’’, sin grandes pretensiones, y a cuyos lados, con preferencia al del mar, ponían mesas y sillas para hacer los ocupantes sus consumiciones.
Estaba al servicio de la misma, en calidad de encargado y camarero, José Sánchez Troyano, que también figuró al frente de la "Sinagoga", de la que poco se hablará, servicio que desempeñó en la susodicha caseta, mientras que su propietario estaba rigiendo, hasta que se cerró, su antiguo café, conocido por el de ‘’Los Chatos’’ existente en el ‘’Paseillo’’, esquina a la calle de Santa Ana, y donde luego se instalaron las oficinas de Correos.  |
Parroquianos en la terraza de La Mezquita. En la fotografía podemos ver a los doctores, Cristóbal Ruiz Méndez y Antonio Mena Arce "Toto"; al practicante Antonio Aguilar (con canotier); Pepe Rodríguez Soria, diputado e hijo de José Rodríguez Werner (farmacéutico); Lorenzo García Troyano; Ernesto Noval Chacón (periodista) ... Archivo sin referencia. |
Era graciosa y simpática ‘’La Mezquita’’, que contaba con una salita de estar, con ventanales al paseo y a levante, muy solicitada, y en comunicación con el local de mayor amplitud sonde estaba el mostrador –local con sus ventanales a poniente y asimismo al paseo−, poseyendo también otra salita destinada para jugar al dominó, contigua esta –separada por un tabique− a un cuartito que hacía el doble oficio de oficina y almacenillo.
Opuestamente a su entrada por el tan repetido paseo tenía salida a una buena terraza frente al mar, protegida contra el sol por una techumbre y persianas del lado de su ocaso, terraza esta a la que un humorista, hijo de Estepona, asiduo concurrente a ella cuando se encontraba en su tierra, pues residía por aquel tiempo en Madrid, donde ha vivido muchos años, y que anualmente, por ser verdadero amante de su pueblo, venía a veranear aquí, denominó el ‘’fumadero de opio’’ porque, cuando se arrellanaba tomando el fresco en uno de los sillones que allí había, rodeado de macetones cubiertos de flores que la adornaban y aspirando los airecillos marinos, contemplando a la muchedumbre bañista y bello panorama que le ofrecía el horizonte con el Peñón de Gibraltar y costa africana, al par que los diferentes matices que presentaba en su colorido el líquido llano elemento que tenía ante su vista, se ensimismaba con agradables pensamientos, y la imaginación le forjaba esos maravillosos y sublimes sensibles cuadros en acción, que los que fuman tal droga dicen admiran y disfrutan, hasta viéndose formar parte de sus dichosos y quiméricos personajes.
El bar "La Mezquita", contó con un camarero excepcional, como persona y como profesional, Cayetano Janeiro Navarro.
Cayetano fue camarero de "La Mezquita " desde 1930 a 1962, también estuvo en el "Iberia" y en el Café Imperial en el Paseíllo, propietario de estos dos últimos negocios, Rafael Pérez.
Es popular la anécdota, que los clientes de la mezquita conociendo como era el carácter de Cayetano, le pedían bebidas muy distintas: una coca-cola, un vino, una cerveza, él tenía rápida solución para cortar la guasa: "café pa to el mundo".[3]
Fuentes: Teresa Janeiro
Pilar Montes
Referencias: [1] José Pérez Parrado
[3] Texto localizado por Juan Andrés Gaitán.
Archivos fotográficos:
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Lola Collado
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Juan Ordóñez